¿Contrato social o imposición estatal? La crítica libertaria al pacto no firmado
Imagina que te obligan a firmar un contrato sin leerlo, sin poder negociar sus términos y sin garantía de que se cumpla. Para los libertarios, eso es exactamente el “contrato social”. Pero, ¿qué pasa cuando este pacto se convierte en una trampa?
El contrato social: ¿una excusa para controlar tu vida?
Según la doctrina del contrato social, los ciudadanos ceden ciertos derechos al Estado a cambio de servicios como seguridad, justicia, salud, educación o jubilaciones. Sin embargo, en la práctica, este pacto nunca es explícito, sus términos no son negociables y sus beneficios rara vez se cumplen.
Para los libertarios, esto no es un contrato, sino una imposición unilateral. Como explica el economista Juan Ramón Rallo:
“Los derechos fundamentales no pueden depender de una supuesta cesión forzada. La libertad individual, la propiedad privada y la autonomía contractual deben ser respetadas en todo momento.”
La trampa de la jubilación
Imagina a Juan, un remisero que ha trabajado toda su vida pagando sus impuestos. A los 65 años, descubre que su jubilación no le alcanza ni para la canasta básica. La inflación, el mal manejo estatal y la falta de transparencia destruyeron el valor de sus aportes. No puede cambiar de sistema, no puede reclamar, no puede salir. Este no es un contrato: es una trampa.
Seguridad y justicia: ¿dónde está el beneficio?
En materia de seguridad, muchas zonas del país están desprotegidas. A pesar de pagar altos impuestos, los vecinos deben organizarse y contratar vigilancia privada. Sin embargo, no pueden dejar de financiar una fuerza policial que no cumple su función. En justicia ocurre algo similar: un juicio de desalojo puede tardar años. Durante ese tiempo, el propietario debe seguir sosteniendo con sus impuestos un sistema judicial que ni siquiera lo atiende.
Educación y salud: el monopolio estatal
La educación y la salud pública muestran falencias graves. Escuelas deterioradas, docentes mal pagos, resultados académicos pobres y, en muchos casos, adoctrinamiento ideológico. Los padres que prefieren opciones privadas deben duplicar el gasto. No pueden salir del esquema obligatorio, aunque no lo usen.
Servicios estancados: ¿Por qué el Estado no mejora?
Miguel Anxo Bastos destaca una diferencia observable en el tiempo: mientras los sectores abiertos a la competencia —como la alimentación, la vestimenta o la tecnología— han mejorado notablemente en calidad y reducido sus precios gracias a la innovación y la libre empresa, los servicios controlados por el Estado —educación, salud, justicia— muestran estancamiento, falta de incentivos y deterioro constante.
Imagina esto:
Tu smartphone hoy es más potente, económico y versátil que hace una década. ¿Por qué? Competencia, innovación y elección.
Tu jubilación, en cambio, sigue siendo un sistema obsoleto que no se adapta a la inflación ni a tus necesidades reales. ¿Por qué? Monopolio estatal, falta de competencia y ausencia de opciones.
Bastos argumenta que el Estado congela estos servicios en el tiempo, impidiendo mejoras. La seguridad privada avanza con tecnología, las escuelas privadas adaptan sus métodos pedagógicos, y las clínicas privadas ofrecen tratamientos innovadores. Mientras tanto, los sistemas estatales siguen operando con estructuras del siglo pasado.
¿La solución? Permitir que la competencia y la elección libre impulsen estos sectores, como ya ocurre en áreas donde el Estado no tiene monopolio.
Soluciones libertarias
Los libertarios no proponen simplemente destruir el Estado, sino reemplazar sus funciones obligatorias por esquemas basados en elección libre, competencia y transparencia. En lugar de jubilaciones estatales únicas, podrían existir fondos de retiro privados. Para seguridad, podrían organizarse patrullajes vecinales o empresas de vigilancia. En justicia, podrían proliferar esquemas de arbitraje y mediación privada.
Conclusión
El contrato social no es un pacto, es una imposición. ¿No es hora de replantearnos cómo queremos organizar nuestra sociedad? Como afirmaban Juan Ramón Rallo, Robert Nozick, Murray Rothbard y Miguel Anxo Bastos, la verdadera justicia no nace del mandato colectivo, sino del respeto individual.